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De islas de Dioses, a islas de poetas
Ceferino de Blas
Si se colocan en fila todas las monografías, textos temáticos, libros con referencias y citas de las Cíes, y los innumerables artículos periodísticos, en diarios y revistas, se llenaría una buena biblioteca. Tal es la cantidad de volúmenes y páginas que se les han dedicado.
El dato revela el enorme interés que han despertado a lo largo de los siglos.
Sólo el componente “literario” - es decir, lo que queda escrito-, que forma esa montaña de libros, sitúa al archipiélago vigués por encima de otros muy reconocidos, pero que no han merecido tanta atención intelectual.
Y es sabido que las islas suscitan una atracción especial, que las convierte en escenario de descripciones científicas o de ficción. En objetivo de estudiosos y novelistas.
El inmenso patrimonio cultural que atesoran las Cíes es múltiple, y abarca todas las disciplinas: la historia, en todos sus periodos, de la prehistoria a la edad contemporánea, la geografía, la economía, la religión, las ciencias naturales, la literatura en sus diversos géneros, el periodismo, el paisajismo, la arqueología terrestre y subacuática, y otras más hasta la que predomina en la actualidad, el turismo.
El turismo populariza las islas
Su llegada es lo que las ha popularizado, aunque puede constituir una amenaza. Hasta los años ochenta el mayor peligro fueron los incendios, en la actualidad las invasiones de gente.
Como sentencia Antonio Silva, en la “Aeroguía del litoral de Galicia”, un tanto exageradamente y refiriéndose a años pasados: “soportan la agresión de esa plaga depredadora que cada agosto se abate sobre el paisaje”. Ya no es así. Fue hasta que se estableció la limitación de visitantes.
Hay que reconocer que si las Cíes han alcanzado la fama mundial de que gozan se debe en cierta medida a los redactores de guías turísticas y a los periódicos que, como The Guardian, califican a la playa de Rodas como uno de los parajes más idílicos del mundo
¿Cuándo comenzó el turismo a Cíes? Tal vez sea imposible precisar la fecha. Incluso su desarrollo, durante décadas, sufrió altibajos al no existir una continuidad en la demanda y la desatención de las compañías navieras.
Un ejemplo es lo que ocurrió, a finales de los años cincuenta, cuando se rompió el dique de protección entre las islas de Faro y Monteagudo. Al anunciarse que se iba a arreglar, los periódicos informan: “tiene gran interés, puesto que Cíes están llamadas a recobrar el prestigio antiguo, como un magnífico lugar residencial y turístico, de verano especialmente”. (FV,17-3-1960)
En los años setenta se produce un deterioro, que afecta a la flora y fauna, debido a la acción humana.
En 1973, se propone adoptar medidas de protección, y dos años después, el Ayuntamiento vigués aprobaba un proyecto para convocar un concurso de ideas sobre las islas. ¿Qué hacemos con las Cíes, se preguntaban? Porque “existe el temor fundado de que si la acción turística se interesa vivamente por las Cíes, pueden ser objeto de una explotación masiva que de al traste con la belleza natural”. (FV, 9-4-1975)
La inquietud viguesa por el futuro de las islas desemboca en su proclamación como Parque Natural, el 17 de octubre de 1980, en Consejo de Ministros, presidido por Adolfo Suárez, y en virtud de la Ley de Espacios Naturales Protegidos.
“Estas islas son de una extraordinaria belleza que las convierte en un destacado paraje de la geografía española”, decía la referencia del Consejo.
Era el final de un proceso de de siete años, que se había iniciado en 1973. Durante este amplio periodo de tramitación del Real Decreto la calificación varió de Paraje de interés Nacional, que suponía el cierre al turismo, hasta la que se aprobó de Parque Natural.
Con esta catalogación se garantizaba la protección del archipiélago y se impedía, según ICONA (Instituto de Conservación de la Naturaleza), “la puesta en marcha de un plan de urbanismo en las fincas particulares de la isla Sur, que ocupan una superficie total de 40 hectáreas” (FV, 30,-1-1980)
En 1982, tras una reunión en el Ayuntamiento de Vigo de la Junta rectora del parque, se acordó limitar el acceso de visitantes, recomendando la cifra máxima de 3000 personas diarias.
Pero no será hasta la siguiente década cuando comienza la llegada masiva e ininterrumpida de turistas, que alcanza la máxima cuota de demanda cuando en 2007 se liberaliza el transporte a las islas.
Los balbuceos turísticos a Cíes hay que fijarlos en la primera década del siglo pasado. Pero todavía no eran objeto de deseo el 16 de marzo de 1904, cuando Alfonso XII y el kaiser Guillermo II, que celebraban una cumbre en la ría de Vigo, decidieron hacer una excursión. El recorrido fue la Guía, San Simón, Punta Borneira y regreso. No se les ocurrió navegar hasta las islas.
Por esa época el “turismo” se reducía a los agüistas de los balnearios, muy de moda, y “los baños de oleaje”, que en Vigo ya tenían tradición, con establecimientos o casas de baños como “La Iniciadora”, que tan bien describe “La guía del forastero en Vigo” (1876). Libro escrito en verso por periodistas vigueses de la época, publicado por entregas en Faro de Vigo, reeditado por el Ayuntamiento en 2007.
Incluso en los años veinte, algunas de las excursiones marítimas programadas en verano no iban a Cíes, pero todas se acercaban a San Simón.
De ahí la dificultad de fijar un año, y menos aún, una fecha inaugural.
Según afirma Pedro Puialto, en un reportaje publicado en el Faro el 19-8-1990, el turismo a las islas empezó en 1904 cuando José Rodríguez Bastos, el legendario “O Coxo de Cíes”, su bisabuelo, se instaló allí y construyó un merendero de nombre “La isleña”, iniciando con un velero de su propiedad excursiones estivales desde Vigo.
Se trata de una de las varias teorías que existen. Es evidente que, desde que se instaló, hasta que comenzó a operar en una isla semidesierta, debieron transcurrir años.
Personalmente sitúo el origen, al menos simbólico, en el expreso deseo de visitarlas de la infanta Isabel, la popular Chata, durante su primera visita a Vigo, en 1906. Se asomó a ellas, en un recorrido por la ría del cañonero “Núñez de Balboa”, que era seguido por barcos particulares. Quizá esta gira haya insuflado el impulso excursionista.
Por lo que la teoría más verosímil es que el turismo de excursiones haya comenzado en 1909, cuando llegó a Vigo el yate “Wolverine”, comprado para realizar giras por la Ría.
Aunque el excursionismo, de forma continuada, puede decirse que comienza en 1920 y está relacionado con la compañía “Vapores Correos de Pasaje y Turismo”. Una empresa que se define “creada para el progreso de Vigo”, que realiza excursiones por la ría. Es el vapor “Puebla” de esta naviera el primero que traslada excursionistas a la isla Norte de Cíes, donde permanecen varias horas, el 1 de agosto. El precio del billete es de 2.50 pesetas.
Dos periodos literarios
Son múltiples los autores que han tratado de las Cíes, cuya obra puede dividirse en dos periodos: el primero abarca desde el mundo clásico hasta finales del XIX. Tratan preferentemente de la toponimia, la geografía, el monacato y la cuestión jurisdiccional, eclesiástica y civil.
Salvo excepciones, ninguno escribió presencialmente, es decir, después de haberlas visitado. Formulan disquisiciones y descripciones desde la distancia. Unos autores se citan a los otros, se matizan o corrigen.
El segundo periodo abarca desde principios de este siglo hasta la actualidad. Son escritores e historiadores contemporáneos que les dedican atención como especialistas, después de haberlas visitado.
Es la doble manera de interpretar la historia: en el pasado, especulativa -escrita, por emplear una metáfora, desde los monasterios-, en la actualidad, experimental, trabajada in situ.
Es evidente que Taboada Leal las visitó antes de 1840, en que publica su “Descripción topográfico-histórica de la Ciudad de Vigo”, ya que incluye los planos que él mismo levantó. También describe la fábrica de sardina y el almacén provisto de toda clase de géneros, que construyó Ramón Buch, en la isla Sur, a los que nos referiremos más adelante.
Aunque el primero que publica un libro, después de haber realizado excavaciones, es el escritor e investigador Pedro Díaz Alvarez, que encontró “un poblado primitivo en la falda del llamado Monte Agudo”.
Localizó el poblado de “As Hortas”, junto al que se encontraba un “concheiro”, en el que identificó interesantes hallazgos , como una fíbula y un anzuelo, ambos de bronce.
Sus conclusiones aparecen en la obra “Carta y Noticia arqueológica de las Islas Cíes” (1958).
Advierte que hacía años que le había hablado de la posible existencia del poblado JM Alvarez Blázquez, y posteriormente, Luís Monteagudo, pero no pudo excavar hasta el año 1957.
Lo que significa que, hasta mediados del pasado siglo, nadie había investigado “in situ” en el pasado de las islas.
Por eso Ramón Patiño y Miguel González, al comienzo de su libro “Historia de las Islas Cíes”, dedican un admirativo recuerdo a Pedro Díaz, por “ser uno de los primeros y grandes amigos de los espacios naturales de la ría de Vigo, lo que le llevó a redescubrir las islas Cíes cuando no eran más que un paraíso tan próximo como lejano”.
El arqueólogo Ramón Patiño posee tal vez la colección más completa de fotografías con todos los vestigios históricos de las Cíes, desde la época de los castros a los tiempos más recientes, desde los restos de los conventos a los de fábricas de salazón y criaderos de ostras.
Hasta su despoblamiento, a mediados del siglo XVI, las Cíes se utilizan, además de como zona de pesca, como terreno de cultivos, de centeno y cebada. Pero desde 1837, en que se establece la primera fábrica de salazón, son concebidas como territorio industrial.
En esta época son utilizadas como refugio por los portugueses. He aquí una información periodística . “La inhospitalaria costa del vecino reino hace que se refugien en las Cíes multitud de sus barcos en la estación de invierno (FV, 13-6-1876)
En 1880, mientras se especulaba con la formación una flotilla de “media docena de vapores de recreo, para excursiones de mar en los días festivos y épocas de baños”, se proponía utilizar las Cíes para criar “hatos de ganado lanar y vacuno” y para “la exportación de cabras y carneros”. (FV, 7-4-1880)
Las dos grandes leyendas
Quien primero se ocupó literariamente de las Cíes, posiblemente sin pisarlas nunca, sea el vigués Teodosio Vesteiro Torres, autor del célebre relato de “los Herminios”. Aparece en su libro póstumo, “Monografías de Vigo”.
Es un suceso que se remonta a la dominación romana: la campaña gallega de Julio César para derrotar a la tribu lusitana de los Herminios, que se habían refugiado en las Cíes.
Julio César sólo pudo derrotarlos, cercándolos por el hambre, ya que los intentos para tomar las Cíes fueron rechazados.
Se trata de uno de los episodios literarios inseparables de las islas, pero existe otro no menos mentado.
Ningún autor que escribe de las Cíes desde la antigüedad olvida identificarlas con las Cassitérides, las míticas islas del estaño -el vocablo griego “kasiteros” significa estaño-, que los escritores clásicos sitúan en la parte septentrional de la península, a donde acudían a comerciar los fenicios y, posteriormente, cartagineses, y cuya ubicación mantenían oculta.
Escritores clásicos como Estrabón e incluso José Cornide, apuntan hacia su identificación con las Cíes. Dice Taboada Leal: “Tampoco faltan escritores, y entre ellos Cornide, que aseguran que son las mismas Cassiterides, tan célebres por el famoso estaño del que abundaban y del que han tomado este nombre”.
Son dos incursiones en el mundo de la fantasía que rodea al archipiélago.
Pero ya es tanta la literatura y tan numerosos y destacados los autores que han reflexionado sobre las Cassitérides y los herminios y Julio César, que aunque sean contenidos legendarios, no por ello pueden excluirse del patrimonio literario de las Cíes.
Antes al contrario, son parte irrenunciable de su corpus patrimonial, como bienes inmateriales, ya que no se trata de dilucidar qué es realidad y qué ficción, sino de acopiar cuanto de acervo intelectual atañe a las islas.
Las Cassitérides, y el episodio de Julio César y los herminios, están tan íntimamente ligados a las Cíes que no existe historiador, por crítico que sea, que los eluda. En consecuencia, puede afirmarse con pleno convencimiento, que forman parte de la etnografía isleña. Y, por tanto, pertenecen a su patrimonio cultural.
Los viajeros y las Cíes
La espectacularidad de las islas suscitan la atención de cuantos viajeros llegan a Vigo. Pocos se resistieron a no describirlas. Y sus testimonios resultan indispensables para su conocimiento. Entre los más conocidos, de los españoles, figuran Ambrosio de Morales y Francisco Mellado de Paula.
Un viajero muy especial fue el rey Alfonso IX de León (1171-1230), último monarca leonés, que conquistó a los árabes las ciudades de Mérida, Cáceres y Badajoz. Según según Nicolás Taboada Leal, el rey, en compañía de sus hijas Sancha y Dulce -tendrán que renunciar al trono, e irse a un convento, a favor de Fernando III, que unificó el reino de León con Castilla-, visitó la isla de Faro, en 1201. Desde allí despachó el privilegio de fueros que concede a los nuevos pobladores de Bayona, que antes era Erizana. La fecha del privilegio es de 7 de mayo.
Alfonso IX, que gobernó 42 años, fue un rey heterodoxo, que se negó a asistir a la batalla de las Navas de Tolosa (1212), quiso acabar con el reino de Castilla, y fue dos veces excomulgado por dos Papas. Fue quien posiblemente haya convocado las primeras Cortes europeas, en 1208 y fundó la primera Universidad de Salamanca. Su hijo, Fernando III, rey de Castilla, será santo.
Un personaje digno para haber visitado las Cíes.
Tal vez el viajero más citado sea Ambrosio de Morales. En el conocido “Viaje Santo a los Reinos de León, Galicia y Principado de Asturias”, realizado en 1572, para reconocer las reliquias de Santos, Sepulcros Reales, y libros manuscritos de las catedrales y Monasterios, a su llegada a la ría de Vigo, describía así las Cíes, que llama Cizas.
“La mayor tiene una legua en largo y otra quasi en ancho: tiene muy buenas fuentes y pastos. Tuvo un Monasterio de Descalzos, llamado Santisteban: está despoblado, porque Ingleses Luteranos lo saquearon”.
El dato que aporta Morales desmiente a quienes atribuyen a Sir Drake o el pirata Drake, según lo califiquen en Inglaterra o España, que fue quien despobló las islas.
Ya lo estaban. Cuando Francis Drake pasa por ellas, en dos ocasiones, en 1585, en que ataca Baiona y Vigo, sin éxito, y en 1589, cuando asalta y quema Vigo, ya no había monjes ni ningún otro habitante.
Seguían despobladas, cuando en diciembre de 1617 recaló la escuadra berberisca que, al ser rechazada en Vigo, asoló la villa de Cangas y la parroquia de Domaio.
La población monástica y civil de Cíes, que había sobrevivido a los piratas normandos y otras escuadras que llegaban a fondear, tomar agua y reparar sus barcos, duró hasta el año 1552 cuando una flota del rey de Francia Enrique II, en guerra con el emperador Carlos V, las atacó.
El despoblamiento lo confirma, todavía tres siglos después, Francisco Mellado de Paula, uno de los escasos viajeros que visitaron las islas, según relata en el libro “Recuerdos de un viaje por España”.
Después de recalar en Vigo, que define como “un pueblo esencialmente comercial, y por lo mismo prosaico”, del que sólo le gustó el teatro, “que es bastante bonito”, viajó a Bayona. Allí prolongó la estancia de un día “con objeto de visitar las islas Bayonas, de Vigo o Cíes, que todos estos nombres tienen”, y a donde se trasladaron, “acompañados de un famoso cazador”.
Mellado de Paula constató que las islas “no tienen más habitantes que una multitud de conejos”.
Los viajeros ingleses
Los ingleses son grandes amantes de los viajes, y abundan los que han venido a Galicia.
En la primera mitad del siglo XIX llega George Borrow con sus biblias. He aquí como describe Cíes en 1837, desde la distancia de Vigo :
“Bien pueden los pontevedreses envidiar a los de Vigo su bahía con la que, en muchas cualidades no puede compararse ninguna otra del mundo. Altas y escarpadas montañas la defienden por todos lados, menos por el Oeste, abierto sobre el Atlántico; pero en medio de la la boca surge una isla, imponente muro de roca, que rompe el oleaje e impide que las mareas de Poniente invadan la bahía con violencia. A cada lado de la isla hay un paso, bastante ancho para que los barcos puedan atravesarlo en cualquier tiempo con toda seguridad. La bahía es oblonga y se mete mucho tierra adentro; es tan vasta que mil navíos de línea pueden maniobrar en ella sin estorbarse”.
En 1908 es un famoso escritor e hispanista, Martín Hume, quien anda por Galicia. Lo invitaban de todas partes, por su popularidad, para que escribiera sobre sus parajes, para promocionarlos y que llegaran turistas ingleses. También avistó las Cíes.
Aubrey F.G. Bell legó un volumen titulado “Galicia vista por un inglés”, publicado por primera vez en 1922.
Así describe las islas:
“En la entrada de la ría, y dando cara al atlántico, se afincan las dos islas Cíes. La más grande tiene hechura de una momia egipcia tumbada, y desde el pie, muchos metros sobre el nivel del mar, una luz giratoria alumbra por la noche. Hay quien identifica las Cíes con las antiguas Casitérides. El crepúsculo incendia toda la ría, entre las islas y Vigo, en oro.
El bastión de la Ría
Pero las Cíes son más que literatura. No se puede olvidar la atención que merecieron por su aportación económica, que fue la razón por la que se repoblaron - muy escasamente-, a mediados del siglo XIX, cuando se instalaron dos empresas de salazón.
Alvarez Limeses, en el volumen “Pontevedra” de la Geografía del Antiguo Reino de Galicia, afirma que en los años treinta había 45 habitantes. Nunca habrá más.
Son el gran bastión de Vigo. El 22-3-1911, el pintor Jaime Palmarola, publica en Faro el artículo “A lo largo de la Ría de Vigo”, donde recuerda su etapa de topógrafo de la Marina.
Las describe como el gran bastíón de la Ría. “Las islas Cíes cierran a guisa de una ciclópea escollera la gran ría de Vigo, dejando entre ellas y la costa dos bocas que que dan acceso al continuo trasiego” de naves.
“La barrera formada por las islas Cíes en la boca de la bahía”, que la protegen de los temporales, es lo que más influyó en Eduardo Cabello para trazar el Plan del Puerto de Vigo, en 1908.
Todos saben que son el baluarte, al recordar el día 3 de diciembre de 2002, cuando la riada de chapapote del buque “Prestige” se presentó ante la ría de Vigo, después de invadir las de Noia, Muros y Arousa. Pero como si fuera un ejército que llega ante una fortaleza inexpugnable, se encontró con las islas Cíes, y las atacó, pero no fue capaz de traspasarlas e inundar el litoral vigués, que salvo salpicaduras, salió prácticamente indemne de la invasión.
Todos los autores coinciden que el archipiélago es el rompeolas que convierte la bahía en la más segura del mundo.
Las Cíes son eso, la seguridad de la Ría, el territorio que protege Vigo, y por eso reclaman con toda razón, ser proclamadas Patrimonio de la Humanidad, una distinción que no es puramente formal, sino imprescindible para su subsistencia. Deben protegerse de otros enemigos que pueden resultar tan peligrosos como el chapapote.
Por eso hay incontables razones para reclamar la distinción. Una consistente es el rico patrimonio cultural que atesoran.
Geográficamente, son conocidas desde la antigüedad clásica por todos los marinos. Por eso aparecen de forma nítida en la cartografía náutica y en los Atlas antiguos, como consta en el tomo de Gonzalo Méndez Martínez, “Cartografía antigua de Galicia”.
En la monumental obra “Faros de Galicia”, José Angel Sánchez García recalca que forman una barrera natural a la entrada de la ría. Dice que el primer faro fue instalado en 1853, y permitía el acceso a la ría por las dos bocas. Cubría la distancia hasta la desembocadura del Miño, y tenía una especial importancia por el aumento del tráfico desde la apertura del lazareto de San Simón, en la anterior década.
Las jurisdicciones de Cíes
Como premisa imprescindible, es preciso aclarar que las islas pertenecen a Vigo desde el siglo XIX. Es un dato que se da por supuesto, pero no siempre fue así. Al contrario, pasaron muchas veces de mano en mano, de monasterio en monasterio o diócesis.
De hecho, la pugna jurisdiccional por las Cíes es un elemento crucial de la historia de las islas, tal vez el más importante.
Aunque esté dilucidada la cuestión desde 1840, en que se adjudicaron a Vigo, no se puede olvidar el largo y debatido proceso a que dio lugar.
Hay que retrotraerse a los orígenes, en las concesiones reales, desde 899, en que Alfonso III dona a la sede compostelana “las Cíes con la iglesia de San Martín”, donación que confirma en 911 su hijo Ordoño II.
En el siglo XI, el eremitorio de San Esteban estaba a cargo del monasterio de Coruxo, según consta por documentos.
Con posterioridad, Alfonso VII, estando en Carrión, en 1152, concede la isla de San Esteban de Sias al monasterio de Celanova y el privilegio del Coto al Cenobio de Coruxo.
En 1228, Alfonso IX donó la isla de San Martín al maestro Pedro, a condición de que a su muerte pasara al Monasterio de Oya…
Según Rodríguez Elías (FV, 12-3-1932), “San Fernando confirmó la cesión de la isla de San Martín al Monasterio de Oya”.
En este artículo del cronista oficial de Vigo constata la situación de las islas en fecha del artículo. “Las islas están casi desiertas hoy, pues no tienen más mansiones habitadas que el faro, un puesto de carabineros, una taberna y creo que nada más. Las islas tuvieron otros siglos una importancia enorme”.
En el siglo XIII dependieron de dos reinos: de León (la Sur) y de Castilla (la Norte), hasta que se unifican con Fernando III, en 1232. También pertenecieron a la mitra de Tuy.
A comienzos del siglo XV llegaron a su máximo esplendor, ya que la fama de los monasterios de San Martin y San Esteban parece que fue muy grande.
(Ramón Patiño y Miguel González . Historia de las Cíes.)
En la segunda mitad del siglo XVI (entre 1565 y 1571) se produjo una pugna entre Bayona y Cangas -ya no son monasterios los que pleitean, sino las villas-, por la posesión de las islas. Existen documentos que constatan que los de Bayona enviaron una expedición para montar una horca, que era el símbolo del poder sobre un territorio, pero los de Cangas replicaron con otra embajada para desmontarla, expresando su posesión de las mismas.
Cuando se llega al siglo XIX, y estaban despobladas, las Cíes seguían sin adscripción.
La relevancia de este aspecto de la historia de las islas no se corresponde con la voluminosa bibliografía sobre Cíes, ya que falta la monografía definitiva de su anexión a Vigo. Aunque existen estudios que lo tratan y permiten componer un relato documentado. Pero se dan ligeras discrepancias entre los autores, que corregiría un estudio acabado. Un reto para los buenos historiadores vigueses.
Versiones sobre la adscripción
Lo menciona Nicolás Taboada Leal, en su “Descripción Topográfica e histórica de la ciudad de Vigo”, porque ocurrió coetáneamente. El vivió ese proceso. Incluso, se siente concernido, porque ayudó a resolver el problema económico que planteaba a la ciudad el cumplimento de la Real Orden de la adscripción de Cíes.
Escribe Taboada Leal : “Las islas Cíes o Bayonas bien merecen ser incluidas en la historia del país, y aunque su posición y circunstancia no lo exigiesen, la concesión del reciente decreto - 20 de junio del presente año-, por el que S M se ha servido declarar dichas islas comprendidas en la jurisdicción y términos del Ayuntamiento de Vigo, bastaría a imponerme la obligación de hacer aquí señalada mención de ellas”.
Sin embargo, aún dándole tanta importancia, no explica las causas de la disposición real, que supone la primera ampliación territorial del Ayuntamiento de Vigo, desde que quedara constituido en 1836.
Aún tardarán muchos años en anexionarse los territorios de Bouzas, y muchos más, los de Lavadores.
Es evidente que Taboada habrá pensado que los vigueses de la época estaban al tanto de lo que ocurría, y era innecesario ampliar la información.
El cronista oficial, José Espinosa Rodríguez, vuelve a tratar la cuestión, de forma incidental, ya que comenta un episodio sobre la publicación de la historia de Vigo, de Taboada Leal.
Tras la solicitud del empresario Ramón Buch de un terreno en las Cíes, para instalar una empresa en la playa de San Martín, el Ayuntamiento de Vigo trasmitió la petición de las islas al gobierno. Este, en su contestación positiva, requirió unos planos, tanto de las islas, como de la bahía.
La confección de los planos resultaba muy onerosa para la economía municipal. Pero coincidiendo con esa petición ministerial, Nicolás Taboada se había dirigido a la corporación solicitando una subvención para publicar su libro. Y a la vista de que contenía los planos de las islas y la bahía, el Ayuntamiento los utilizó para dar respuesta a la Real Orden, por lo que se ratificó la pertenencia de las islas a Vigo.
En compensación pagó a Nicolás Taboada - “a cargo del Depósito de propios y arbitrios”- la cantidad de 7000 reales de vellón para publicar la primera Historia de la ciudad.
A 25 de diciembre de 1840, la corporación municipal de Vigo estaba formaba por estos miembros: Ramón Buch, alcalde, Benigno Yáñez, Antonio Lorenzo Carbajal, Manuel Martínez, Justo de Oya, Francisco Tapias, Francisco Estévez Aires, Juan Araujo y Francisco Fernández, figurando como procurador Pedro Mártir Molins.
(FV, 9-7-1952)
Del tema se ocupan también “El derecho de Vigo a las Cíes”, publicado en el Anuario de Vigo (1962-1963), y el ensayo “Adscripción municipal das Illas Cíes”, de José Fariña Jamardo, en la revista “Pontevedra” (1989).
Este experto en municipalismo vuelve sobre el tema en el que puede considerarse el trabajo más documentado, en el fascículo “La incorporación municipal de las Cíes al Ayuntamiento de Vigo”, que aparece en el tomo II de “Historias de las Rías”, que editó Faro de Vigo en el año 2000.
En las 16 páginas del texto recoge las fuentes documentales del largo trámite por las que el Reino adjudicó a la ciudad de Vigo la titularidad de las islas, que reclamaba también Bayona.
Fue Ramón Buch, “del comercio de Vigo”, quien hizo resurgir las Cíes, al establecer en la isla Sur una fábrica de sardinas, en la que tuvieron que fijar su residencia sus “domésticos”.
Había solicitado permiso para ocupar esos terrenos a la corporación provincial, en escrito de 19 de junio de 1837, que se lo concedió.
A partir de la concesión, que el Ayuntamiento de Vigo denuncia como debida al exclusivo interés de Buch de no pagar impuestos, se desata la polémica, que durará hasta la adscripción de Cíes a Vigo, el 20 de junio de 1840.
En el intervalo se produce una dura pugna entre el Ayuntamiento de Vigo y la Diputación. Tras recibir una carta del jefe provincial, José Valladares, que pedía que determinase a qué ayuntamiento pertenecían las Cíes, la Diputación se inclinó por entregar la propiedad a Bayona.
En la polémica destacó el abogado Atanasio Fontano, diputado por el distrito vigués, con escritos documentados y muy duros contra Vigo y a favor de Baiona, donde residía.
Pero las réplicas del Ayuntamiento de Vigo, remitidas al gobierno y a la reina regente - inteligentemente, la ciudad nunca contestó a la Diputación, sino que se dirigió directamente a las autoridades del Reino-, darán como resultado que se inclinasen a favor de Vigo, y desechasen los alegatos en pro de Baiona.
Las réplicas viguesas consiguieron que el gobierno no cayese en la trampa tendida por Fontano, que aducía que un fallo a favor de Vigo deterioraba el prestigio de la Diputación.
Nada se ha escrito del autor de los argumentos de Vigo, y la estrategia trazada, para conseguir esta victoria, frente al poderío de la Diputación y los personajes que apoyaban a Baiona.
En junio de 1840, el Secretario de Estado y del Despacho de la Gobernación de la Península, remitía al jefe provincial de Pontevedra la siguiente Real Orden, con fecha de día 20, dilucidando la jurisdicción que reclamaban Vigo y Baiona.
“Enterada SM se ha servido declarar que las mencionadas islas Sies están comprendidas en la jurisdicción y términos del Ayuntamiento de Vigo. Al mismo tiempo quiere SM que VS disponga que el referido ayuntamiento de Vigo, haga levantar un croquis del puerto y de las islas y formar una relación de la población de éstas y de los edificios que contienen. Y que verificado, sin demora, los remita VS a este ministerio de mi cargo, para ponerlo en conocimiento de SM”.
También lo tratan el profesor e historiador Juan Miguel González Fernández, en la obra “Crónicas históricas de las islas Cíes (De mitos, ermitaños, piratas y mar por medio)” y el periodista e historiador Jorge Lamas, en el libro “Historias de Vigo”.
Ambos textos subrayan el protagonismo de Ramón Buch, personaje muy implicado en la política viguesa, que incluso llegó a ser alcalde liberal, pero en su vertiente empresarial.
El historiador Juan Miguel González aborda el tema en los epígrafes titulados, “La riqueza pesquera y las recientes fábricas de salazón” y “La adscripción al Ayuntamiento de Vigo y la parroquia de San Francisco de Afóra”.
De forma somera, ya lo había tratado en la “Historia de las Cíes”, que firma con el arqueólogo Ramón Patiño, libro muy valioso por su aportación gráfica.
Afirma que tras la creación de los ayuntamientos de nueva planta, en 1836, las Cíes quedaron sin adscripción, hasta que el jefe político de la provincia, José Valladares, se percató de que debían tenerla, a efectos tributarios, por lo que insta a la Diputación para que asignase esa jurisdicción.
Por proximidad, la atribuyen a Bayona, pero ante la oposición de Vigo, nombran dos diputados (González Zúñiga, ex alcalde de Pontevedra y Fontano, de Baiona) para que informen. Y la Diputación reitera que las Cíes pertenecen a Bayona.
Pero Vigo no lo acepta, y se dirige a la reina regente, María Cristina, alegando que las Cíes están bajo la protección y dependencia de Vigo. Se arguye en el escrito que ejercía la vigilancia sanitaria, enviaba tropas, gente y recursos, cuando se necesitaban, por lo que era de hecho quien atendía las islas.
En la respuesta de Vigo se fustiga a Ramón Buch - “por quien se ha promovido la segregación de las islas de esta ciudad”-, que había pedido permiso para instalar un gran complejo industrial en la isla de San Martiño, pero se apoyaba en la indefinición del archipiélago para no pagar tributos.
El ministerio de Gobernación emitió la Real Orden, por la que Cíes formaba parte de Vigo.
El periodista e historiador Jorge Lamas aporta una versión ligeramente diferente.
Atribuye la decisión a la presencia de dos fomentadores en las Islas, el comerciante de Vigo, Ramón Buch y Francisco Gil, “empresario de la pesca de salazón”, que desde 1837 establecen sus factorías en la isla de San Martiño y en la playa de Filgueiras, respectivamente.
Pretenden beneficiarse fiscalmente, por lo que tanto Vigo como Bayona reclaman sus derechos.
El jefe político de la provincia había enviado comunicaciones el 24 de noviembre de 1839 y el 9 de mayo último a la Diputación sobre Sies, cuya jurisdicción reclaman Vigo y Bayona, mostrándose el organismo favorable a ésta.
Pero al contrario de otras ocasiones, en las que Vigo sale perjudicado, esta vez, no. Según el escrito ministerial: “Enterada SM se ha servido declarar que las mencionadas Islas Sies están en las comprendidas en la jurisdicción y términos del Ayuntamiento de Vigo”.
Jorge Lamas cita el Boletín Oficial de la Provincia de Pontevedra de 30 junio de 1840, del que reproduce la Real Orden de 23 de junio, que atestigua la pertenencia a Vigo de las islas Sies o de Bayona.
Así es como se adjudicaron las Cíes a Vigo.
Lo constata la “Gaceta de Madrid” de 6 de septiembre de 1842 que establece la cuantía a percibir y el número de personas que forman el Puesto avanzado de Sanidad de las Islas Cíes.
Sin embargo, Bayona no debió dar por cerrada la cuestión, ya que quince años después, al revivir la polémica sobre la idoneidad de San Simón como lazareto, y proponerse otras islas - Tambo, Arousa - como alternativas, José María Posada Pereira firma una nota el 15-10-1857 en Faro, que dice:
“También el pueblo de Bayona solicita, según nos acaban de informar, el lazareto en las islas Cíes, atendiendo a las buenas circunstancias de aquel punto, en completo aislamiento, su gran extensión, su abundancia de aguas y sus buenos fondeaderos”.
Y la pesca, ya que como afirma Ambrosio de Morales “por la gran muchedumbre del pescado cecial que se toma al derredor desas Islas dicen algunos que se llaman Cecial”.
Herminio Ramos, autor de “Crónicas históricas de la villa de Bayona” (1926), en varios artículos firmados en Faro, en 1929, todavía lamenta la pérdida de Cíes por parte de Bayona. Y no sólo por razones históricas y sentimentales. También económicas.
Lo mismo ocurre con historiadores del Morrazo, que lamentan que Cangas no haya exhibido sus derechos sobre las islas, durante la polémica, como lo hiciera dos siglos antes.
Según Hermo Eiroa (FV, 25-8-1953) “las Cíes también son de Cangas”. Escribe: “Hoy se da la pintoresca paradoja de que las islas, siendo geográficamente de Hio, eclesiásticamente de Cangas, civilmente son de Vigo”. Y alega que “los pocos habitantes que venían a arreglar los papeles, venían a la colegiata de Cangas. Y de vez en cuando iban desde Cangas con la virgen del Carmen en procesión marítima”. La última fue en los años veinte.
Los nombres: Islas de los dioses
Son numerosas las denominaciones de las islas, como queda indicado: Sicae, Síes, Sicas, Cíes, Cizas, Cicas, Bayonas, Cecial, Palomeras...
La primera mención toponímica pertenece a Plinio “El Viejo” (23-79 d. C.), en la obra “Naturae Historiarom Libri”, en la que pone nombre a los pueblos indígenas. Cita las “Insulae Sicae”.
Hasta el siglo X no hay otra referencia. Pertenece a un documento de 911, de Ordoño II, que confirma la donación de su padre Alfonso II a la Iglesia compostelana de “las islas de las tierras de Santiago”, entre ellas las Sías.
En los siglos XVII y XVIII predomina el topónimo Bayona, que después se transforma en Islas Bayonas.
Ambrosio de Morales las llama Cizas, islas de Bayona o Palomeras, por la cantidad de palomas, y Mellado de Paula dice que se conocen por tres nombres “Cíes, islas de Bayona o de Vigo”.
Es un dato relevante: a las Cíes se las llamaba también “islas de Vigo”, un nombre que se ha usado pocas veces, pero que habría que recuperar por su antigüedad.
Mellado escribe el tramo de Galicia, de su “viaje por España”, en torno al año 1850, es decir, una década después de su adscripción. Y como refiere, algunos ya lo utilizaban para denominar al archipiélago: islas de Vigo. Incluso podría especularse si las llamaban así con anterioridad.
Aunque lo verosímil es que se lo hubieran puesto a raíz de la Real Orden, para recalcar que, efectivamente, las Cíes pertenecían a la jurisdicción de Vigo.
A veces, el nombre de Cicas con que se las conoció, se acompaña del apelativo clásico de “islas de los dioses”. Es una denominación, según Pedro Díaz, que utilizaron, entre otros, Ptolomeo y Plinio: “Insulae deorum”.
Las denomina así Florián de Ocampo, el famoso cronista de Carlos I, en su “Crónica general de España”, justificando el nombre por la existencia de un altar druídico en la isla Norte, según Pedro Díaz. O como atribuye Taboada, porque “la mayor de dichas islas tiene un puerto muy seguro y bien ancho para refugio de los navíos”
Es el título que eligió para su libro, “Islas de los dioses” (1981) Pedro Díaz.
Las Cíes de los poetas
Sobre la historia, las características geográficas y el monacato, se ha investigado y escrito a fondo, como queda esbozado. Quizá el enfoque menos analizado de las Cíes sea el ámbito estrictamente literario, en concreto el que se refiere a la poesía.
Y sorprende, puesto que los poetas han sido los que pusieron el nombre de Vigo en el mapa de la literatura, como consta por las cantigas de Martin Codax.
Por eso vamos a prestarle atención, con la finalidad de ampliar la bibliografía literaria sobre el archipiélago.
Las primeras referencias poéticas hay que buscarlas en los trovadores de la ría, Mendiño y Martín Codax (siglo XII), cuyas ondas se mecen desde las islas. A ellas miraba la enamorada, que lo aguardaba junto a la iglesia de Vigo, como escribe Avelino Rodríguez Elías, interpretando uno de los versos de Martín Codax.
¿De dónde podía llegar el trovador si no era de la toma de Sevilla - junto a Gómez Charino, del que sería amigo-, y lo avistaría cuando pasase por las Cíes? ( Faro de la Tarde, 16-3-1925) .
John Milton, el célebre autor del “El Paraiso perdido” , que estuvo con una flota inglesa en la ría, en el siglo XVII, también alude a las Cíes y al fuerte de Bayona, en un poema, a propósito de un joven compatriota muerto aquí.
El tono lírico lo corrobora “Ronsel” (pseudónimo de Emilio Alvarez Blázquez) comentando la obra de Pedro Díaz, “Las islas de los dioses”, de la que escribió el prólogo.
”El mar de Vigo es así, calmo, solemne y medido, porque frente al abierto Océano, para paliar su embestida, se levantan, como un sacrificio, las Cíes. Cuatro millas de roca - desde Cabo Bicus, en San Martiño, hasta Punta do Cabalo de Fora, en la mayor de las islas-, se oponen a la furiosa embestida de ese toro antiguo que es el mar abierto”. (FV, 26-8-1958)
La otra mitología insular
El mundo legendario, desde Homero, es un componente de la literatura. Y lo insular es ámbito propicio a mitos y leyendas, por los misterios que las envuelvan, en especial las Cíes que han sido territorio de monjes, tránsito de guerreros y refugio de piratas. Y escenario de teribles naufragios, donde perdieron la vida muchos marineros.
A la mitología isleña de los Herminios y las Cassiterides, que se ha hecho tópica en todos los autores, hay que añadir la que entusiasmó a los ilustrados de mediados del pasado siglo.
El restaurador y más cualificado propagador del mundo legendario que rodea al archipiélago en la época moderna es el escritor José María Castroviejo.
El 21-11-1951, Castroviejo, a la sazón director de “El Pueblo Gallego”, pronuncia una conferencia en el Círculo Mercantil de Vigo, con el título de “La leyenda del mar en el mundo céltico”.
La ficción del bergantín fantasma, reiterada en todos los finisterres célticos, cobra especial belleza en las páginas de su libro “Los paisajes iluminados”. En uno de los capítulos recrea sus apariciones, en las noches de tormenta, en una cueva de las Cíes.
Es muy posible que el famoso barco fantasma sea el “Santo Cristo de Maracaibo”, apresado por los ingleses en la batalla de Rande, y hundido cerca de las Cíes, cuando era remolcado como botín de guerra a Inglaterra.
Castroviejo se recrea en estas cuestiones en diferentes escritos y libros, como “Galicia, guía espiritual de una tierra”.
Pedro Díaz pone voz a esas fantasías: “Quien haya visitado aquellos parajes y ambientes en invierno guardará imborrable recuerdo de alucinantes y fantasmales nieblas atlánticas… En tal escenario, y en boca de pescadores, florece la leyenda del antiguo bergantín que pleno de fosforescencias asoma espectral en la tenebrosa boca de la furna de Marín”.
A Castroviejo se sumó Cunqueiro en el oficio de narrador de nuevas leyendas, y no desaprovecharon la ficción de las ciudades sumergidas para adentrarse en sus misterios.
Las contaban con tal lujo de detalles que hubo quienes les creyeron. Llegaron a sugerir que la ciudad sumergida - en una mimetización de la Atlántida-, se encontraba en las proximidades de las Cíes.
Lo corrobora Darío Alvarez Blázquez, aludiendo a la visita de los poetas del III Congreso Internacional a Cíes.
Escribe: “Cunqueiro y Castroviejo hace muchos años que vienen hablándonos continuamente de las ciudades sumergidas. Del tañir de sus campanas que ellos saben escuchar en horas misteriosas de la marinera noche. De las procesiones que ellos atisban a través de las ondas. Llegaron, incluso, a ubicar, tranquilamente, en las márgenes de las Cíes, el más conocido y visitado por ellos: la ciudad “sulagada”.
(Reproducido del Jornal de Noticias: 13-8-1954)
En efecto, Castroviejo desgranó una vez más la fábula a los poetas que acudieron a las Cíes, cuando más agitado estaba el mar y mayor efecto hipnótico podía causar.
Tanto insistió en el mundo legendario que el organizador de la asamblea poética, Joaquín Pérez Villanueva, manifestó que “este congreso hay que prolongarlo hasta que veamos la Santa Campaña que Castroviejo nos ha prometido enseñar”.
Con el discurrir del tiempo será Cunqueiro quien asuma el liderazgo como el escritor más reconocido, y se le atribuya el título de mejor fabulador -algunos lo apellidarán realismo mágico-, pero fue Castroviejo quien rescató el género legendario en torno a Cíes, que tan bien conocía de sus diarios paseos en el barco de Pasaje entre Cangas y Vigo, y sus frecuentes idas a las islas.
Nada más propicio que cruzar a diario la ría y estar atento a sus fenómenos para soñar con una ciudad sumergida que de repente emerge entre nieblas a la superficie.
También la novela se ocupó de las Cíes en los años cincuenta, en los que aflora la pasión literaria por las islas. El primer autor que las explora como fondo de su obra “La boca tapada con agua”, es Fernando Alonso Amat.
Resulta interesante la entrevista que le hace Pedro Díaz - ¡no podía ser otro, tratándose de Cíes¡-, (FV, 7-1-1955), por cómo describe la situación de las islas en ese tiempo.
Dice que realizó la primera visita a Cíes hace seis años (en 1949), cuando no había más árbol que una higuera... Ahora, comenta, “hay pinos nacientes con una amenaza de sombras bucólicas”.
La descripción encaja con lo acontecido en el intervalo: había comenzado la repoblación. ¡Y había sido el mismísimo Francisco Franco quien la había ordenado!.
En el Faro del 4-2-1951 aparece esta noticia:
“S.E. el jefe del Estado, hace ya tiempo y con motivo de una de sus visitas veraniegas a Vigo, indicó la conveniencia de repoblar intensamente las Islas Cíes, ya que, siendo el primer pedazo de tierra hispana que los emigrantes veían al regresar de América, merecía un ornato forestal que anticipara la agradable visión de la Madre Patria”.
Era gobernador civil de Pontevedra otro personaje del franquismo, Solís Ruiz , quien ordena que se lleve a efecto la repoblación. En febrero de 1952 “ya ocupa 64 hectáreas, en especial en la isla Faro”.
Estas informaciones explican el comentario de Alonso Amat.
El escenario de la novela es la isla Sur. “Porque en ella he pasado muchos días y muchas noches durmiendo en la playa o en las ruinas de la fábrica de salazón o en los barcos de pesca allí fondeados... Estas islas son, como me dice hoy mismo Otero Pedrayo, en una carta, “un borde o cantil del mundo y del espíritu”.
El III Congreso Internacional de Poesía
El episodio que ensambla definitivamente a las Cíes con la literatura, en especial con la poesía, es la llegada de los poetas del III Congreso Internacional, el 27 de julio de 1954, y la jornada que vivieron en la isla Norte.
Es el acontecimiento literario más importante habido en Galicia, por la cantidad y calidad de los escritores y poetas que se juntaron. Un repaso de la lista de nombres en la Wikipedia o en cualquier historia de la Literatura revela que todos son conocidos, y algunos figuras importantes de las letras de los países representados.
Faustino Rey Romero les da la bienvenida con un artículo sobre los “Poetas gallegos del Mar”.
Escribe:
“Viniendo a la poesía, la más universal de autor gallego - tan universal que la Iglesia la adoptó- la “Salve Regina”, de San Pedro Mezonzo, tiene una relación bastante próxima con el mar. ¿No fue compuesta acaso para conjurar el peligro de los piratas normandos?
Donde el mar aparece como motivo inspirador de categoría en nuestros poetas es en los Cancioneros galaico portugueses. Y entre todos los mares, es el de Vigo el que se lleva la palma, puesto que de los cuatro autores de sugestión marítima, dos escenifican en él sus trovas: Martín Codax y Mendiño. Xhoan de Cangas, canta a la ría de Aldán, y Gómez Charino a la mar, en indeterminado”.
(FV, 27-7-1954)
El día de la visita de los poetas a Cíes (FV, 27-7-54), José María Castroviejo, el organizador del viaje, los recibe con el artículo “Poetas en el mar”.
Escribe: “Esperan las Cíes, preñadas de mar y de historia, a los poetas que se acercan a ellas con un cierto temblor, pensando en los muertos”.
Faro de Vigo (28-7-1954), dirigido por un poeta, Francisco Leal Insua, que presumía de tener el periódico con más poetas de España, con Julio Siguenza, Jácome, Manuel de la Fuente, dedica una crónica al evento:
“Llegaron los participantes del III Congreso Internacional de Poesía, que discurre en diversas ciudades de Galicia. Son un centenar de vates representantes de la lírica española, hispanoamericana, francesa, belga, italiana, portuguesa, etc.
En la ciudad embarcaron en el vapor “Vigo” para dirigirse a las Cíes.
Forman la expedición: Dionisio Gamallo Fierros, Federico Mueles, Rafael Montesinos, José García Nieto, Rafael Morales, Gerardo Diego, Lope Mateo, Carmen Conde, Antonio Oliver, Leopoldo de Luís, Ramón de García Sol, Carlos Edmundo de Ory, Manuel Pilares, Rafael Romero Moliner, Pedro de Lorenzo, Salvador Jiménez, Luís Rosales, Francisco Javier Martín Abril, José Luís Cano, Pilar Nervión, Narciso Yepes, de Madrid.
Julián Andujar, Antonio Vilanova, Rafael Santos Torroella - secretario del Congreso-, Carlos Riba, Ricardo Permanyer, Clementina Arderius, Fernando Gutiérrez Perucho, Juan Fuster, Antonio Comas, Mauricio Serrahina y José María Rodríguez Méndez, de Barcelona.
Tina Mercader, Pío Gómez Misa, Jacinto López Gorgé, Luís López Anglada, Manuel Fernández, de Marruecos.
Ricardo Molina, Pablo García Baena y Juan Bernier, de Córdoba.
Bernabé Fernández Camuell y Alfonso Canales Pablo, de Málaga.
Padre Tomé, de Sigüenza, Laso de la Vega, de Sevilla, Gabriel Celaya, de San Sebastián, Victoriano Cremer, de León.
Hispanoamericanos: Manuel José Arce y Valladares, de Guatemala; Helcías Martán Góngora, de Colombia, P. Carlos Eduardo Mesa y Rafael Santos Barrio, de Colombia.
Roger Noel Mayer, Michel Gauthier y Augusta Lafontan, de Francia.
Heron de Alencar y Celso Ferreira da Cunha, de Brasil
Profesor Walter Starkie, de Irlanda, Edmundo Vander Cammen, de Bélgica.
Poetas gallegos: José María Castroviejo, Aquilino Iglesia Alvariño, José Díaz Jácome, Pura Vázquez, Beatriz Domínguez, Cuña Novás, Manuel María, Bernardino Graña, Celso Emilio Ferreiro, José María y Emilio Alvarez Blázquez, Ramón González Alegre Válgoma, Faustino Rey Romero, Rafael Melero, Pedro (Díaz) Alvarez, José Alejandro Cribeiro, Carlos Polo, Benedicto Conde y otros”.
Durante el recorrido del vapor “Vigo”, se celebró la sesión correspondiente a esta jornada, dedicando un emotivo recuerdo a los trovadores gallegos que cantaron al mar, iniciando el acto JM Castroviejo, al que siguió la intervención de numerosos asambleístas, quienes recitaron o leyeron poemas alusivos.
Los congresistas almorzaron en la isla del Faro, una comida típica al aire libre - pulpo guisado y rodaballo-, durante la cual reinó un ambiente de cordialidad saturada de ingenio.
A las seis de la tarde los congresistas reembarcaron y emprendieron el regreso a Vigo, haciendo un recorrido alrededor de las islas del Faro y del Norte, cruzando por la boca central “Porta” para recorrer un trozo de mar abierto, que estaba muy fuerte en aquella hora, pudiendo apreciarse en esta parte la violencia del Atlántico contra estas Islas que defienden con sus acantilados la entrada de la gran bahía viguesa.
(FV, 28-7-1954)
Con ojos de poeta
Hay que agradecer a uno de los participantes del Congreso, Carlos Polo, el trabajo impagable, que daba a conocer el Faro al día siguiente (29-7-1954): las impresiones de los poetas sobre las Cíes.
Nunca tal cumulo de grandes líricos -un centenar-, de diversos países, sobre todo de España, incluidos los gallegos, en un periodo de floración impresionante, han opinado con tanto sentimiento sobre unas islas.
Aunque eran diferentes a las actuales, por estar menos frecuentadas, ser reinos de soledad y vida salvaje, y porque no se habían desarrollado los servicios que impuso el turismo, las opiniones que expresaron siguen siendo válidas.
Si Carlos Polo no hubiera tenido el interés, y la paciencia, de recoger las impresiones de los poetas, se habrían perdido. ¡Sería uno de esos olvidos históricos, como cuando desaparece un documento antiguo, de valor incalculable!
Afortunadamente captó esas opiniones, que guarda como un tesoro la hemeroteca del decano de la prensa española.
Simbolizan la comunión de las islas con la poesía. Son unos pensamientos para uso y disfrute de cuantos acudan al archipiélago.
Hasta el punto de que deberían estar colocados en un lugar visible de los barcos que se desplazan a Cíes - uno cada día-, para que los viajeros los paladeen. Van a visitar el mismo lugar que hizo musitar a un poeta que les precedió un pensamiento hermoso, que les inspiró la contemplación del mismo territorio que van a pisar.
Incluso deberían ser impresos en fichas, a modo de aquellas estampas de santos que llevaban los devotos, para que cuando pisen tierra lo hagan con el respeto que imprimen los espacios sagrados.
He aquí un extracto del artículo de Carlos Polo, “Con los poetas, por el mar de Vigo”, que recoge sus pensamientos sobre las Cíes.
“A bordo del vapor “Vigo”, rumbo a Cíes, va el mayor número de poetas que jamás se han reunido sobre esta maravillosa avanzada del Vigo que cantó Martín Codax.
Mientras se preparan las mesas para la comida enxebre, yo voy pidiéndoles su sentir del momento, sus impresiones sobre Galicia y sobre las Cíes.
Transcribo sin quitarles ni ponerles nada. Sería un crimen quitarles un tanto así de la espontaneidad con que brotaron de sus labios. Yo juro que, al decirlas, sorprendí en sus ojos un deseo inconfundible de que todo el mundo las supiera.
Así las transcribo:
La broma de Castroviejo
Al regreso, cuando ya el sol se ponía, Castroviejo gastó a los congresistas la broma de llevarlos a la mar abierta, sin duda para que su emoción de las Cíes fuera total. Y los de tierra adentro lo pasaron mal.
Como escribía Hermo Eiroa, “ir a las Cíes en mis tiempos mozos, constituía una aventura”.
Pero el resumen satisfizo a todos: “Las islas Cíes fueron un día, por su hermosura, llamadas Islas de los Dioses. Pero desde ahora podemos llamarlas también de los Poetas, ya que ningún lugar es más digno de llevar esta nombre”.
Aunque es harto complicado de localizar, existe un opúsculo, publicado con ocasión del III Congreso Internacional, y la visita a las Cíes, con los versos dedicados al mar por decenas de poetas.
Otro gesto a recordar del Congreso es el homenaje que rindieron a Rosalía, ante su monumento, en el que intervinieron sólo mujeres. Una de ellas Carmen Conde, la primera mujer que ingresó en la Real Academia, ya en democracia. Lo que no había podido lograr la Pardo Bazán. Las tres restantes que intervinieron son la gallega Pura Vázquez, Carmina Arderius y Tina Mercader.
Las islas de Cunqueiro
Alvaro Cunqueiro no fue de la partida en la excursión a las Cíes, pero llegó dos años antes a las islas que los poetas, en compañía de Castroviejo y José María Massó, alcalde de Bueu.
Las Cíes serán uno de sus temas preferidos, como la fiesta del Apóstol, el albariño de Cambados o el mundo artúrico, lo que demuestra el embrujo que ejercen sobre él. Les dedicará varios artículos, a lo largo de los años.
El primero es de junio de 1952. Escribe:
“Preguntarle a las islas por su estirpe, sería inútil, así como por sus sueños viajeros de navío. ¿Quién y desde dónde les pregunta a las Cíes por el púnico del estaño? En Vigo me he pasado muchas horas contemplándolas, al sol o bajo la lluvia, violeta, unas veces, siena otras, y les decía -entonces W B Yeats era mi poeta favorito-, aquellos versos en que el poeta desea, como blanca ave marina, visitar las islas innumerables” .
(FV, 26-6-1952)
Pese a que sus desplazamientos a Vigo eran esporádicos, el atractivo de las Cíes era tal que Cunqueiro, en más de una ocasión, en vez de quedarse en la ciudad, se deja llevar por el entusiasmo de Castroviejo por las islas, para visitarlas y vivirlas.
Hombre de tierra adentro, enamorado del mar y sus misterios, siente una atracción irresistible por la ría, como los poetas medievales vigueses.
Quizá el más hermoso texto, de los incontables que se le dedicaron a las Cíes, es el que escribe tras estar en la isla de San Martiño, embelesado con la mar.
Ha llegado a Vigo desde Mondoñedo para vivir esta hermosa experiencia, invitado por Castroviejo.
Ha navegado con un grupo de amigos hasta Cíes, donde pernocta, y escribe el artículo, “Y en la noche, el mar”.
Describe:
“Amanece vivamente, allegro en el cielo, en el viento, en el mar. Hemos estado viendo como Dios hace la mañana, después de haberle oído en la noche como rehace el mar. Por veces las manos de Dios bajan hasta las aguas, poniendo la neblina verde y fría sobre las ondas… Y conforme va amaneciendo y descubres las vecinas tierras y reconoces la mano abierta de la ría, te sorprendes de no haber viajado en la noche, de no encontrarte lejos, libre y maduro en la mar mayor… Vienen los coruxos otra vez, matutinas gaviotas; la soledad huye, el mar se hace más breve, y hasta a las olas que riza el NO les buscas, en la espuma feliz que las corona, cantigas de Martín Codax…. Daría algo -le digo a José María Castroviejo- por oír ahora una campana…”
(FV, 11-IX- 1955)
Otra de las visitas, que cuenta, es cuando, recién instalado en Vigo, acude con la plantilla del Faro en romería a la isla Norte.
Fue el 29-5-1962. Titula su artículo “Romería en las islas”.
Es interesante su observación de que muchos acompañantes no habían ido nunca a las Cíes, en los años sesenta, lo que significa que todavía por esa época no era un destino frecuente.
Escribe:
“Ibamos a las Cíes - muchos por primera vez-, tan próximas y no obstante, islas al fin, tan lejanas. Rizaba las ondas un norte claro y vivaz, que por veces encabrita los barcos como potros y se llevaba las canciones... Las Cíes nos recibieron envueltas en sol, sumergidas hasta la cintura en tranquilas aguas azules. Frías en la ocasión”.
A estas alturas ya queda claro que a Cunqueiro le encantaba ir a Cíes con Castroviejo. El mismo lo confiesa en otro artículo, de 14-5-1963: “El viaje a las Cíes”.
Lo han iniciado desde Canido a la tarde, con mar revuelta.
“Tuvimos que describir un amplio círculo… hasta ponernos en la isla de San Martiño y saltar a la playa. Las aguas más próximas a la arena lucían un verde fino que nunca logrará una esmeralda. El último rayo de sol buscaba la última hebra de oro de las barbas de JM Castroviejo.
Han crecido alrededor de la casa de Isidoro Muiños, nuestro huésped gentil, los eucaliptos y los pinos, y media docena de acacias se han logrado... ”
Cunqueiro no escribió en estrofas sobre las Cíes, pero su prosa poética emula en ritmo las rimas clásicas que se le dediquen.
De Isidoro Muiños, su anfitrión, un conocido empresario pesquero de aquellas décadas, se cuenta que tenía una lancha con la que se trasladaba a la isla. Un día de navegación violenta, estuvo a punto de zozobrar, y al llegar a tierra colocó en su almacén, del Paseo de Alfonso, una imagen de la Virgen del Carmen, que lucía a la entrada.
Experiencia irrepetible
El conjunto de personajes y circunstancias de mediados del siglo pasado, a los que hemos aludido, son irrepetibles. Ni las Cíes son aquellas islas donde sólo había una higuera, como decía Alonso Amat, nunca retornarán los cien grandes poetas que las visitaron, y Castroviejo, Cunqueiro, Pedro Díaz y los Alvarez Blázquez ya no existen.
Queda, como gran patrimonio, lo que escribieron, lo que expresaron, y el sentimiento profundo de que pisaban tierra sacra, un monumento natural, que como la mejor de las obras de arte, merece ser reconocido y protegido para que no se deteriore.
Como recitaron Celaya y Rosales, una visita a Cíes, marca de tal manera al espíritu que es imposible olvidar. Tiene el poder terapéutico de la penicilina, como comentaba Garcia Sol. Su vivencia significa transitar a una dimensión nueva.
Algo que hizo brotar tan hermosas palabras, expresiones tan cargadas de belleza y sentimiento, es evidente que trasciende lo natural y roza lo sublime. Son las Cíes.
Vigo, 22-10-2018
Bibliografía
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